jueves, 1 de septiembre de 2011

Septiembre

Hoy es uno de septiembre. Septiembre. Siempre me ha gustado este mes. Realmente no sé muy bien porqué. Sí que es cierto que siempre me ha hecho ilusión volver al colegio, a las clases, volver a salir con mis amigas y ver que no estamos solas en la ciudad, ver los libros nuevos y hojearlos una y mil veces, aunque en realidad esta vez no les he hecho mucho caso. Ahí están, a mi derecha, en el sofá. Lo cierto es que me he asustado un poco al verlos; el de lengua y literatura tiene casi las mismas páginas que el manuscrito original de el Quijote, el de valenciano tampoco se queda muy atras, el de dibujo técnico casi me provoca un infarto de miocardio y no hablemos del de física y química y el de matemáticas que probablemente estén envueltos en plástico para no causarnos depresión antes de tiempo. Cambiando de tema, el otro día me hice el carné de la biblioteca tras muchos, muchísimos años sin él (el primero y único que tuve antes de este lo pagué en pesetas) y me saqué dos libros. Uno de ellos ya lo he terminado, al final resultó ser la típica novela vampírico-romántica de siempre. El otro lo he empezado hoy y al parecer va sobre una chica que tiene premoniciones. Por cierto, ¿os habéis dado cuenta de que el prototipo de chica protagonista en la mayoría de las historias es siempre de rostro pálido y ojos claros? ¿Es que las morenas de ojos marrones no tienen derecho a vivir aventuras? En fin, cada escritor describe sus personajes a su gusto, no puedo acusar a nadie de discriminación. Otra de las cosas por las que me gusta septiembre es el tiempo, los días nublados, ventosos o incluso lluviosos. Y es que a esta tímida y sarcástica chica asustada por el bachillerato le encanta el otoño. Tal vez esto se esté volviendo ya un poco cursi (si es que no lo ha sido desde el principio) pero así es, me encanta el otoño, me encantan los días grises con matemáticas a primera hora, me encantan los días ventosos si no suponen imitar a Marilyn Monroe constantemente por la dichosa falda del uniforme (lo cual ya no será un problema), me encantan los días lluviosos con exámenes orales de francés en los que finjo ser la protagonista de una película. Otra de las razones por las que merece la pena ir a clase es sentarte en tu sitio preferido (en mi caso segunda fila al lado de la ventana) y dejarte llevar por tus pensamientos mientras alguien al otro lado de una mesa distinta a las demás habla sobre algo que casualmente está relacionado con lo que pone en la página por la que todos los libros de la clase están abiertos. Al mismo tiempo que una cabellera oscura sentada delante de ti hace garabatos en sus libros y libretas o lee algún libro del estilo de los mencionados antes. Mientras tu compañera de mesa hace los deberes de otra asignatura ajena al colegio. A la vez que el resto de la clase manda mensajes con el móvil a gente situada a medio metro de ellos. Y fuera la obra del edificio de colores y placas solares parece casi acabada. Siempre.