jueves, 30 de junio de 2011

El amigo especial

-Ana, te presento a Óscar. Mi... amigo especial.
Eso me dijo mi hermana. Mi hermana tiene dos años menos que yo. Se llama Sandra y siempre ha sido una chica muy madura para su edad, a la vez que solitaria e introvertida. Es verdad que no tiene ni tuvo amigos pero tampoco enemigos. Perdón, sí tuvo un amigo, Óscar, y una amiga, Belén.
Yo tenía dieciséis años y ella catorce. Estudiábamos en el mismo instituto e íbamos juntas a clase. Íbamos a muchos sitios juntas. Por aquel entonces yo era lo más parecido a una amiga que ella tenía. Mucha gente decía que para ser hermanas no nos parecíamos mucho. Vale que yo no era el alma de todas las fiestas pero al menos podía presumir de tener muy buenos amigos. Cuando empezamos el curso, ella tercero de eso y yo primero  de bachiller mi madre se empeñó en apuntar a Sandra a clases de artes plásticas. Nunca nos dijo que le encantaba dibujar y pintar pero un día mi madre y yo encontramos un álbum de dibujo suyo y nos dimos cuenta de que teníamos una artista en casa. No se lo dijimos porque sabíamos que se enfadaría y seguramente lo quemaría. Mi madre estaba un poco harta de que la niña no se relacionase con nadie, y pensó que podría expresarse mediante la pintura. Mi hermana supuestamente se enfadó y dijo que nadie la podía obligar a ir si ella no quería. No obstante, había algo en sus ojos que decía que mentía. Era como si le hubiesen hecho el mejor favor de su vida y no se atreviese a confesarlo. Mi madre se percató de lo que ocultaba su mirada y se puso a jugar a ser actriz un rato. Le dijo que sería importante para ella hacer una actividad extraescolar. Al final mi hermana aceptó. El primer día la acompañé porque me pillaba de camino a la biblioteca, donde había quedado con una amiga para hacer un trabajo. Nada más entrar en el aula, Sandra se sorprendió. Había chicos y chicas de todas las edades. Todos estaban sentados alrededor de una mesa gigante. No se conocían entre ellos y eso a mi hermana le tranquilizó. Al menos no sería la única persona callada. Se sentó en una esquina. Al lado de una chica de unos veinte años. El asiento de enfrente estaba vacío, aunque no por mucho tiempo. Al cabo de dos minutos vino un chico.
-Hola. ¿Aquí va alguien?
-No, nadie.
-Ahora sí, yo.
Sandra estaba ocupada rellenando un folio en blanco con todo lo que se le pasaba por la cabeza, ni siquiera alzó la vista para hablar con su nuevo compañero. Pasó un rato de silencio entre ellos hasta que el chico lo rompió.
-¿Cómo te llamas?
-Sandra.
-Yo me llamo Óscar.
Sandra seguía sin levantar la cabeza del papel. Dibujaba un dragón y se equivocó con los ojos. Se puso a buscar su goma por la mesa pero no la encontraba.
-¿Buscas esto?
-Sí, gra...
Entonces levantó la cabeza y vio a Óscar. Era un chico discapacitado. Iba en silla de ruedas. Eso fue lo primero en que se fijó. Lo segundo, que tenía unos ojos preciosos, verdes como la hierba.
-Gracias. –Le dijo ella.
-De nada.
-¿Qué dibujas? –Por extraño que parezca, esta vez la que preguntó fue mi hermana.
-Animales. Un águila, un león, un tiburón... ¿Te gustan?
-Yo soy más de animales domésticos.
-Cualquier animal se puede domesticar, incluso sería mucho más fácil que a algunas personas.
-¿Sabes qué?
-¿Qué?
 -Yo una vez domestiqué un zorro.
-¡No me digas? Yo domestiqué una rosa.
Ambos se echaron a reír.
 La clase finalizó. Al llegar a casa mi madre le preguntó a Sandra por su primera clase de artes plásticas.
-¿Qué tal, cariño?
-Bien...
-¿Qué habéis hecho?
-Dibujar.
Y se fue a su habitación. Mi madre puso cara de “¿Me tomas por tonta?” Y yo no pude aguantar la risa.
-Mamá, es que tú también... Es una clase de dibujo, ¿qué va a hacer?
-No es de dibujo, es de artes plásticas. No es lo mismo.
-Dibujar. ¡Ja, ja, ja!
Las clases de “artes plásticas” como dice mi madre eran dos días a la semana. Los cinco días restantes mi hermana dibujaba y pintaba en “secreto”. Yo llamaba a la puerta de su habitación y ella contestaba:
-¡Un segundo!
Entonces yo oía cómo escondía su obra maestra debajo de la cama o dentro del armario o incluso en un cajón. Cualquier lugar era bueno para esconder su talento.
Poco a poco Óscar y ella se hicieron amigos.
-Eres una mala amiga. No me has felicitado.
-¿Qué?
-Hoy es mi cumpleaños. Cumplo quince años.
-No tenía ni idea.
-Ya, claro...
-Es cierto.
-Je je. Ya lo sé. Es que me gusta ponerte nerviosa.
-Ya veo. Pues que sepas que dibujo mucho mejor que tú.
-Eso no te lo crees tú ni loca.
-Ya lo veremos...
-Por cierto... Hoy no es mi cumpleaños. – Dijo esbozando una sonrisa a la que Sandra no pudo resistirse a contestar con otra.
-Algún día te mataré.
-¿Me matarás? ¿Crees que podrías vivir sin mí?
Eso le dio a Sandra qué pensar. Era su único amigo. Se lo pasaba muy bien juntos. ¿Podría vivir sin él? En su interior la respuesta era obvia, no. Se esforzaba en disimularlo pero no sabía durante cuánto tiempo más podría hacerlo. Al día siguiente quedaron Óscar, su prima Belén y Sandra. Óscar se había empeñado en que su prima y su amiga se llevarían muy bien y decidió presentarlas.
-Hola, soy Belén. Tú eres Sandra, ¿no?
-Sí. Encantada.
-Lo mismo digo. Por aquí cerca hay un bar al que suelo ir con mis amigos. ¿Queréis que vayamos?
-Por mí no hay problema pero a lo mejor aquí la pintora tiene algún inconveniente.
-Pues no, listo. No veo porqué no podemos ir.
-¿Normalmente discutís?
-Bueno... Un poco. A tu primo le gusta ponerme nerviosa.
Era viernes, así que podían quedarse hasta tarde por ahí. Pero se fueron pronto a casa.
-Me ha encantado conocerte, Sandra.
-Lo mismo digo, Belén. Tenemos que quedar otro día.
Al llegar a casa mi hermana corrió a abrazar a mamá.
-¿Sabes que es la primera vez desde hace cuatro años que me abrazas? ¿Qué te pasa?
-Nada, es que tengo frío.
Mamá sonrió y me dijo al oído:
-Qué rara es tu hermana...
-Lo sé...
Sandra no dejaba de preguntarse porqué Óscar iba con silla de ruedas. No es que le importara. Simplemente era curiosidad. Pura curiosidad. Pero no se atrevía a preguntárselo. Eran amigos pero no tenían tanta confianza para hablar de esas cosas. Suponía que algún día se enteraría pero tampoco estaba muy segura de ello. Por otra parte, sabía que aunque quisiera no podría prescindir de él. Pero no sabía si le quería como amigo o como algo más.
Un día, en las clases que a Sandra tanto gustaban tenían que dibujar y pintar al óleo cualquier medio de transporte. Ella estaba dibujando el interior de un coche con personas cuando Óscar le dijo:
-Te falta dibujar el cinturón de seguridad.
-¿Qué más da?
-Dibújalo. No te cuesta nada.
-No hace falta que sea tan realista, sólo es un dibujo. Y el cinturón de seguridad no es lo más importante.
-¿Eso crees?
Sandra le miró y se dio cuenta de que unas lágrimas empezaban a caerle.
-Lloras porque no he dibujado el cinturón de seguridad. Yo alucino.
Ahí fue cuando mi hermana se dio cuenta de que era la persona más ignorante e insensible del universo. No hacía falta ser un genio para saber porqué lloraba Óscar. Se levantó y fue a abrazarlo mientras se disculpaba una y mil veces y le decía que sí que iba a dibujarlo.
Cuando acabó la clase se quedaron un rato en la calle.
-¿Sabes que a pesar de todo me siento privilegiado? No todo el mundo sufre un accidente de tráfico y vive para contarlo.
-¿Qué pasó?
-Yo tenía siete años. Iba en el coche con mis padres a visitar a mi abuela que vive en otra ciudad. Siempre me sentaba en medio. Ese día me dolía la barriga y como el cinturón me hacía daño decidí no ponérmelo. Bueno, era como si estuviera puesto para que mis padres no me dijeran nada pero no me lo abroché.
Había un coche que iba en dirección contraria y con exceso de velocidad. Mi padre lo detectó demasiado tarde. Frenó cuando ya lo teníamos delante y...
-Me da la impresión de que no soy quién para preguntarte eso. Soy una cotilla.
-Si no quisiera contártelo no te lo contaría. Afortunadamente, no me amputaron las piernas pero se me quedaron inmóviles de por vida.
-¿Y tus padres?
-Llevaban puesto el cinturón de seguridad y saltaron los airbags. No se hicieron nada. El caso es que si quieres que a las personas de tu dibujo no les pase lo mismo que a mí ya sabes lo que tienes que hacer.
-Por supuesto.
Ya tenía la respuesta a lo que hacía tiempo que se preguntaba. No sentía pena por él. Porque él tampoco la sentía por sí mismo. Se sentía afortunado, y de hecho, lo era. Era muy optimista, alegre y extrovertido, y gracias a él Sandra también lo era. Cuando me lo presentó me cayó muy bien. Era muy simpático y a mi hermana la había transformado. Era feliz. Nadie podía decir que mi hermana la introvertida y aparentemente infeliz había cambiado. Y todo gracias a él, Óscar, quien ahora es mi cuñado.



Esta historia la escribí hace dos o tres años para un concurso de literatura cuyo tema era la discapacidad. Desafortunadamente nunca vio la luz porque se me pasó el plazo. En aquellos tiempos recibía una fuerte influencia por parte de las clases de autoexpresión o "artes plásticas" como lo yo misma lo llamé en el relato. Óscar, Sandra, Belén y Ana son personajes ficticios y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

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